Suerte

Con eso de que últimamente me ha dado por echar de menos mis días en el continente de canguros y koalas, ayer decidí ir al centro para empastar el scrapbook que terminé desde hace meses. Después de encargarlo como recién nacido a un individuo en la Plaza Santo Domingo, acompañé a mi mamá a que cambiara la pila de su reloj a un local donde, de repente, PPPUUUUMM!! se me cayó el celular. Hasta la tapa salió volando, pero como buen Nokia que es, no le pasó nada. O al menos eso creí hasta que llegué a la universidad. De repente, pantalla en blanco. Intento volver a poner la foto que tenía de wallpaper y me doy cuenta que no tengo nada de lo que guardo en la memory stick. En realidad, no tengo la memory stick. Eso lo supe después de abrir el celular de una amiga que es igual al mío y ver que su tarjeta se cayó en cuanto quité la tapa. Inmediatamente supe que sería inútil buscar porque la tarjeta se había caído en el local del centro. Trato de recordar las fotos que tenía, que siempre es lo más preciado que uno pierde en estos casos, y me doy cuenta que sí dolerá dejar ir a un par de ellas. En ese momento, se cancelan las clases y ya en casa, olvido un poco lo sucedido mientras veo una película que habla de cómo se podría salvar al mundo. Sueño con delfines.
Hoy en la mañana despierto y me meto a bañar inmediatamente. Estoy decidida a ir al centro a buscar mi tarjeta. Mi mamá sólo me ve incrédula. En el metro no hago más que visualizar el lugar donde la encontraré. 23.5 minutos de ansiedad. Salgo del metro, camino al local y veo que no está la misma señora que nos atendió ayer. De igual forma entro. Le cuento mi historia a la ahí presente y, para mi sorpresa, camina al pasillo, ese lugar donde la gente pasa constantemente, ese lugar a centímetros del balcón que da a la planta baja, ese lugar con mosaico de puntitos negros y cafés, ese lugar donde ella vio algo negro, chiquito, que en ese momento recogió y puso en mis manos. Era mi tarjeta.