30.8.09

La tercera es la vencida

O cómo he decidido nunca más tener un perro

Historia no.1: Jacko
En el verano de 1999 pasé una semana en el departamento de Acapulco de una amiga y de regreso me enfermé de salmonella.
Ha sido una de las peores enfermedades de mi vida. Cuando ya me estaba recuperando, un poco a manera de premio por no haberme muerto, decidimos tener a Jacko, un labrador hermoso chiquitito.
Lo dormía en el baño lleno de periódico y le ponía un reloj porque según el veterinario los cachorros confunden el tick-tack con el corazón de la mamá y así no se sienten tan solos. De todas formas toda la noche lloraba hasta que me ganaba el sentimiento y bajaba por él. Y entonces dormía en mi cuarto, y desde mi cama lo acariciaba para que no llorara. Amaba a Jacko. Las pocas horas que no estaba dormido se la pasaba detrás de mí, como si fuera mi sombra. Un día lo notamos con la pancita dura y entonces lo llevamos al veterinario. Le sacaron una radiografía y así fue cómo nos dimos cuenta que tenía un clavo en el estómago. La primera opción antes de tener que abrirlo era esperar a que lo sacara.
Esto implicaba tener que revisar su popó cada vez, y para lo asquerosa que soy, ya se podrán imaginar el esfuerzo que tuve que hacer para lograrlo. Hasta que el clavo salió. Intenté guardarlo como objeto de la buena suerte; pero por supuesto, como a todos, lo perdí. (Una mañana, camino a la escuela, lo llevaba en la mano y se me cayó. Justo ahora que lo recuerdo no entiendo por qué no me quedé ahí hasta que se hiciera de día y pudiera encontrarlo. Supongo que porque en mi mente inexperta se me hizo más importante llegar a la escuela a tiempo.) Los días pasaron y resultó que no era el clavo lo que hizo que Jacko se enfermara. Al parecer le encontraron un tumor en un órgano y tenían que operarlo, pero estaba muy chiquito...El veterinario vino por él a mi casa, y aunque yo lo veía muy enfermo, tenía toda la confianza en que las cosas saldrían bien. Por la noche...
Mi papa: bla bla bla regaño
Yo: bla bla bla mal contestación
Mi papá: Ah sí, pues si ya estás tan grande para contestar así, no sé por qué no te dicen que tu perro se murió.

Historia no.2: Kovu
A finales de junio de 2004, el perro del jefe de mi papá tuvo cachorros y a mi papá se le hizo una super buena idea quedarse con uno. También era labrador y era el más juguetón de todos.
A mi mamá nunca le encantó la idea de tenerlo porque para ella con Nala era suficiente, pero yo me encariñé muy rápido y decidí hacerme cargo de él. Traté de educarlo, pero además de que todo mordía y todo deshacía (incluido mi peluche, a quien le mutiló una oreja y parte de su nariz), nunca entendió que no debía hacerse dentro de la casa. Y eso se convirtió en un problema después, cuando me fui unos meses a Estados Unidos porque justo fue el año en que decidí tomarme un tiempo antes de entrar a la universidad. Estando allá le compraba juguetes y cositas porque siempre pensaba en lo mucho que jugaríamos a mi regreso. Hasta que un día me enteré...no recuerdo si fue por teléfono o por correo, pero mi mamá me dijo que se había cansado de Kovu y que había decidido regalárselo a unos niños que un día, pasando por la casa, dijeron: "Mira mamá, qué bonito perro, queremos uno así" o algo por el estilo.

Historia no.3: Nala
Mi problema con Nala fue que no había pasado ni un mes de lo de Jacko cuando decidieron llevarla a la casa. Obvio para mí era la suplente y no tenía ningún interés en ella. Así que yo fui una simple observadora de todo lo que hacía: dar la mano, abrir la puerta del estudio, sacar la correa del cajón...Sí, era muy linda, pero yo extrañaba a mi perro. Hasta que un día vi a Luisa llorando nerviosa porque Nala no podía caminar. La había sacado a pasear y de repente, por un mal paso, había caído en una mala posición y no podía moverse. Esa fue una de las noches más largas de mi vida. Nos la pasamos cuidándola, dándole masaje, cuidando que el suero fluyera bien...ahí me di cuenta que en verdad la quería y que también era mi perra. Después de eso, ya fui parte de sus travesuras: de la vez que se comió todas las pechugas de pollo que mi mamá dejó en la cocina, de la vez que se aventó solita a la alberca, de la vez que jugó por horas en la playa. Y más que nunca, supe cuánto la quería cuando Kovu llegó a la casa, porque ella lo trató mejor que nadie. Le enseñaba cómo portarse, lo cuidaba y le tenía una paciencia enorme. Así que cuando regresé de Estados Unidos, me sentía muy triste al verla, y entonces otra vez me alejé. Sólo que esta vez no regresé. De repente Nala se hizo mi mascota de cinco minutos. Y, de repente también, Nala se enfermó. Todo se le juntó: la diabetes, las cataratas, la debilidad de su cadera. Hicimos todo porque pudiera ver, pero uno de sus ojos no respondió bien a la operación y hubo que sacrificarlo. Luisa le inyecta insulina dos veces al día y hay que tener cuidado cuando camina porque sus patitas de atrás están muy débiles. Por todo esto es que la decisión se ha tomado. Y yo no sé qué hacer. Con la tristeza, con el enojo, con la decepción sé qué hacer, pero no con el arrepentimiento, porque casi nunca lo he sentido. Y justo ahora siento eso: me arrepiento de no haber hecho tantas cosas que pude hacer.
Maldito apego que no me dejó disfrutar de lo que tenía por extrañar a lo que ya se había ido. Como decíamos en Sensorama, cuidado con lo que tengas que aprender porque la vida se encargará de repetírtelo hasta que en verdad lo entiendas. Lección aprendida i guess...

21.8.09

Sensorama

Me parece demasiado sensible que después de tantos meses y tantas entradas pendientes, decida escribir esto: hoy amanecí nostálgica.
Ayer formé parte de una reunión casera bastante agradable y de pronto volvió a mi mente todo lo que era formar parte de Sensorama. Y lo extrañé.
Extrañé la sensación de frescura del espacio, el piso acolchonado lleno de semillas, el olor a incienso. Extrañé tomar agua en jarritos de barro, extrané los pedacitos de betabel. Extrañé la lluvia encerrada. Aprender de energía y de la Naturaleza. Conocer a gente tan distinta y a la vez tan parecida a mí. El reggae mientras dejábamos el espacio listo. Celebrar la vida bailando con desconocidos. Sentir mi piel con la piel de otro, verme en la mirada de otro. El sonido del Universo. Los viajes. El mensaje de los abrazos. Y sobre todo, extrañé saber morir un poco cada día.