31.1.09

Raro

"Soy el espíritu santo, me regalas una moneda?" o algo así fue lo que dijo la persona que me habló a través de la ventana de mi coche un minuto después de haber recogido a mi primo y a su amiga sobre Reforma. Ahí empezó el día más raro que recuerdo haber tenido, un día cargado de nos, de un negativismo no pesimista sino simplemente de limitaciones. Permítanme explicarles.
En lo personal, me considero una persona con suerte. Con esa suerte que no te hace ganar la lotería pero sí llegar a la estación dos segundos antes de que el metro lo haga o encontrar trabajo en un delfinario cuando esos eran tus planes. Creo que por eso me resulta bastante fácil confiar en la energía y en mi angelito y esas cosas, porque hablando en términos generales, siempre me va bastante bien. Por eso hoy me sentí tan extrañada, porque era como si el día me dijera "regrésate a tu casa, no debes estar aquí".
Primero, un "y tu coche?" que no supe responder. Ricardo no estaba en la esquina en donde lo había estacionado. Un poco por esto mismo de pensar positivo y esas ondas jamás me pasó por la cabeza que se lo habían robado. Estaba segura que había sido la grúa. Un par de llamadas y en menos de una hora estaba en el corralón. Pagar la multa y un poco más para que me dejaran sacarlo, que el problema es que no está a mi nombre y entonces el trámite se vuelve mucho más complicado. Salgo triste de ahí pero trato de olvidarlo por mi primo. Nos dirigimos al Papalote a una exhibición anunciada en su página de Internet. Al llegar, nos comunican que ya no existe, que probablemente la página no está actualizada. Mi tristeza entonces adquiere un tono de enojo. Hace mucho tiempo no veo a René y el día que puedo hacerlo, lo perdemos completo por falta de cooperación de parte del Universo. Si existiera la versión alternativa en videojuego, seguro me ganaba tres vidas al terminar este mundo. O de perdida un diploma de valor por no haber llorado en todo el día. Lo que en realidad pasó fue que, después de comprobar que ya no toca ningún grupo en sábado, tuvimos que cambiar de lugar para cenar, terminando en un restaurante donde Mar se encontró a una amiga que había pedido un helado sólo para poder pedir alcohol y, como en realidad no lo quería, acabó en mi pancita. Excelente recompensa.

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